«La tierra es un don de Dios para nosotros, lleno de belleza y maravilla donde los frutos de la tierra pertecen a todos» (Papa Francisco en su carta encíclica Laudato sí).
- «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas,
mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese
hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa
común es también como una hermana, con la
cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre
tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce
diversos frutos con coloridas flores y hierba ». - Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del
abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella.
Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla.
La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los
síntomas de enfermedad que advertimos en el
suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados
y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto»
(Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está
constituido por los elementos del planeta, su aire
es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y
restaura.
1 Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF) 263.
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